Comentario
Es indudable que las conversiones masivas de judíos al cristianismo tras el pogrom de 1391 tuvieron como causa principal el deseo de aquellos de escapar a la persecución y no una sincera convicción religiosa. Así se explica que muchos cristianos nuevos o conversos siguieran en el fondo de sus almas fieles a sus antiguas creencias y que de forma más o menos oculta continuaran con los ritos mosaicos o, lo que es lo mismo, que judaizaran. Ahí se encuentra una de las claves de la hostilidad manifestada por los cristianos viejos hacia los conversos. Es preciso señalar, no obstante, que con frecuencia se acusaba a los conversos de mantenerse fieles a sus antiguas creencias simplemente porque sus hábitos de comportamiento, sus actitudes sexuales o sus gustos culinarios continuaban inmersos, como no podía menos de suceder, en la vieja tradición hebraica.
Pero simultáneamente entraban en juego factores de índole socio-económica. Los conversos se caracterizaban, según un testimonio de finales del siglo XIV, por "usar de sus meneos e mercadorías". Eso quería decir que destacaban en las actividades relacionadas con el comercio y las finanzas. Así pues los conversos, o una fracción importante de ellos al menos, realizaba idénticos menesteres que los antiguos judíos. Textos de mediados del siglo XV, procedentes de Toledo, después de señalar que había conversos en el arrendamiento de las rentas reales, acusaban a los cristianos nuevos de practicar la usura. El Memorial del bachiller toledano Marcos García de Mora, escrito hacia 1450, acusaba a los conversos de estar "sorviendo por logros y usuras la sangre y sudor del pobre xénero christiano". Sin duda eran testimonios similares a los lanzados años atrás contra los judíos.
Había, no obstante, una diferencia importante entre los judíos y los conversos. Aquellos no traspasaban determinadas barreras, pero los cristianos nuevos podían acceder a cualquier oficio u honor, desde el puesto de regidor en los concejos hasta el mundo de la caballería. El cronista Andrés Bernáldez expresó esas ideas al manifestar que numerosos conversos "en pocos tiempos allegaron muy grandes caudales é haciendas, porque de logros é usuras no hacían conciencia, al tiempo que algunos se mezclaron con fijos é fijas de caballeros christianos viejos", con lo cual lograron borrar su tenebroso pasado. De lo dicho se deduce que la animadversión contra los conversos era incluso superior a la tradicionalmente manifestada contra los judíos, pues aquellos competían directamente con las aristocracias urbanas de los cristianos viejos.
La hostilidad anticonversa se fue fraguando lentamente en el transcurso de la primera mitad del siglo XV. Pero estalló bruscamente al mediar la centuria, como lo revela lo sucedido en Toledo en 1449: la oposición a un tributo requerido por Alvaro de Luna motivó una sublevación, acaudillada por Pero Sarmiento. Los rebeldes aprobaron una Sentencia-Estatuto que rezumaba hostilidad contra los conversos, para quienes se pedía la exclusión de cualquier oficio público. El documento citado señalaba, entre otras cosas, que los cristianos nuevos "han fecho, oprimido, destruido, robado e astragado todos las más de las casas antiguas e faciendas de los christianos viejos de esta cibdad e su tierra e jurisdicción, e todos los reinos de Castilla".
La sedición toledana pudo ser sofocada. Pero el clima anticonverso seguía vigente, lo que explica que rebrotara pocos años después. En 1473, el valle del Guadalquivir fue escenario de sacudidas violentas contra los cristianos nuevos. Oigamos el testimonio de Mosén Diego de Valera, a propósito de lo ocurrido en Córdoba: "Por todas las calles de la ciudad se comenzó gran pelea entre los christianos viejos e nuevos ...e casi todas las casas de los conversos ...fueron quemadas e puestas a robo". Al año siguiente los furores anticonversos se propagaron a la Meseta Norte, causando estragos diversos en Segovia y Valladolid.
La irrupción del problema converso dio lugar a la aparición de una abundante literatura doctrinal, en la que se adoptaron posturas contrapuestas. A favor de los cristianos nuevos escribieron, entre otros, los obispos Alonso de Cartagena y Lope Barrientos, el cardenal Juan de Torquemada y el relator Díaz de Toledo. En el campo anticonverso, aparte del ya mencionado Memorial de Marcos García de Mora, destaca la obra del franciscano fray Alonso de Espina, Fortalitium fidei, en la cual no sólo se proponía el castigo ejemplar de los judaizantes sino que se insistía en una vieja y peligrosa idea, la identificación entre los conversos y los judíos. Por lo demás, en tiempos de Enrique IV se dieron los primeros pasos, aunque en esas fechas aún no fructificaron, en orden a la creación de una Inquisición para acabar con los "malos christianos e sospechosos en la fe", como se decía en un texto del año 1465, obra probable del monje jerónimo Alonso de Oropesa.